Tom’s progress While the true King wandered about the
land poorly clad, poorly fed, cuffed and derided by tramps one while,
herding with thieves and murderers in a jail another, and called
idiot and impostor by all impartially, the mock King Tom Canty
enjoyed quite a different experience.
When we saw him last, royalty was just beginning to have a bright
side for him. This bright side went on brightening more and more
every day: in a very little while it was become almost all sunshine
and delightfulness. He lost his fears; his misgivings faded out and
died; his embarrassments departed, and gave place to an easy and
confident bearing. He worked the whipping-boy mine to ever-increasing
profit.
He ordered my Lady Elizabeth and my Lady Jane Grey into his presence
when he wanted to play or talk, and dismissed them when he was done
with them, with the air of one familiarly accustomed to such
performances. It no longer confused him to have these lofty
personages kiss his hand at parting.
He came to enjoy being conducted to bed in state at night, and
dressed with intricate and solemn ceremony in the morning. It came
to be a proud pleasure to march to dinner attended by a glittering
procession of officers of state and gentlemen-at-arms; insomuch,
indeed, that he doubled his guard of gentlemen-at-arms, and made
them a hundred. He liked to hear the bugles sounding down the long
corridors, and the distant voices responding, “Way for the King!”
He even learned to enjoy sitting in throned state in council, and
seeming to be something more than the Lord Protector’s mouthpiece.
He liked to receive great ambassadors and their gorgeous trains, and
listen to the affectionate messages they brought from illustrious
monarchs who called him brother. O happy Tom Canty, late of Offal
Court!
He enjoyed his splendid clothes, and ordered more: he found his four
hundred servants too few for his proper grandeur, and trebled them.
The adulation of salaaming courtiers came to be sweet music to his
ears. He remained kind and gentle, and a sturdy and determined
champion of all that were oppressed, and he made tireless war upon
unjust laws: yet upon occasion, being offended, he could turn upon
an earl, or even a duke, and give him a look that would make him
tremble. Once, when his royal ‘sister,’ the grimly holy Lady Mary,
set herself to reason with him against the wisdom of his course in
pardoning so many people who would otherwise be jailed, or hanged,
or burned, and reminded him that their august late father’s prisons
had sometimes contained as high as sixty thousand convicts at one
time, and that during his admirable reign he had delivered seventy-two
thousand thieves and robbers over to death by the executioner, the
boy was filled with generous indignation, and commanded her to go to
her closet, and beseech God to take away the stone that was in her
breast, and give her a human heart.
Did Tom Canty never feel troubled about the poor little rightful
prince who had treated him so kindly, and flown out with such hot
zeal to avenge him upon the insolent sentinel at the palace-gate?
Yes; his first royal days and nights were pretty well sprinkled with
painful thoughts about the lost prince, and with sincere longings
for his return, and happy restoration to his native rights and
splendours. But as time wore on, and the prince did not come, Tom’s
mind became more and more occupied with his new and enchanting
experiences, and by little and little the vanished monarch faded
almost out of his thoughts; and finally, when he did intrude upon
them at intervals, he was become an unwelcome spectre, for he made
Tom feel guilty and ashamed.
Tom’s poor mother and sisters travelled the same road out of his
mind. At first he pined for them, sorrowed for them, longed to see
them, but later, the thought of their coming some day in their rags
and dirt, and betraying him with their kisses, and pulling him down
from his lofty place, and dragging him back to penury and
degradation and the slums, made him shudder. At last they ceased to
trouble his thoughts almost wholly. And he was content, even glad:
for, whenever their mournful and accusing faces did rise before him
now, they made him feel more despicable than the worms that crawl.
At midnight of the 19th of February, Tom Canty was sinking to sleep
in his rich bed in the palace, guarded by his loyal vassals, and
surrounded by the pomps of royalty, a happy boy; for tomorrow was
the day appointed for his solemn crowning as King of England. At
that same hour, Edward, the true king, hungry and thirsty, soiled
and draggled, worn with travel, and clothed in rags and shreds—his
share of the results of the riot—was wedged in among a crowd of
people who were watching with deep interest certain hurrying gangs
of workmen who streamed in and out of Westminster Abbey, busy as
ants: they were making the last preparation for the royal coronation. |
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El progreso de Tom Mientras el verdadero rey
vagaba por la región pobremente vestido, pobremente alimentado,
maltratado y burlado por vagabundos un rato, y al otro en compañía
de ladrones y asesinos en una cárcel, y llamado idiota e impostor
por todos, el fingido rey Tom Canty disfrutaba de una experiencia un
tanto diferente.
Cuando lo vimos por última vez, la realeza justo empezaba a tener un
lado brillante para él. Este lado brillante fue abrillantándose más
y más cada día, y muy poco después era casi todo fulgor y deleite.
Perdió sus temores; sus recelos se marchitaron y murieron; sus
embarazos se disiparon, y cedieron su puesto a un porte tranquilo y
confiado. Explotó la mina del "niño-azotes" en utilidades siempre
crecientes.
Ordenaba la presencia de milady Isabel y milady Juana Grey cuando
quería jugar o platicar, y las despedía cuando se fatigaba de ellas,
con el aire del que está familiarizada con tales actos. Ya no lo
confundía el que estos encumbrados personajes le besaran la mano al
partir.
Llegó a disfrutar el ser conducido majestuosamente a la cama, por la
noche, y que le vistieran con intrincada y solemne ceremonia por la
mañana. Vino a ser un orgulloso deleite el ir a comer asistido por
un brillante séquito de funcionarios de Estado y gentilhombres de
armas, de tal modo que dobló la guardia de gentilhombres de armas,
hasta un centenar. Le gustaba oír las trompetas resonando en los
largos corredores, y las distantes voces demandando: "Paso al rey".
Incluso llegó a disfrutar de sentarse con pompa en el trono en
consejo, aparentando ser algo más que el portavoz del Lord
Protector. Le gustaba recibir a grandes embajadores con séquitos
suntuosos, y escuchar los afectuosos mensajes que traían de ilustres
monarcas que le llamaban "hermano". ¡Oh feliz Tom Canty, poco ha de
Offal Court!
Disfrutaba sus espléndidos vestidos y encargó más; consideró que sus
cuatrocientos criados eran muy pocos para su conveniente grandeza y
los triplicó. La adulación de los zalameros cortesanos vino a ser
dulce música para sus oídos. Siguió bondadoso y gentil, y firme y
resuelto campeón de todos los oprimidos, declaró una guerra
implacable a las leyes injustas; y, sin embargo, en ocasiones, al
ser ofendido, se volvía hacia un conde, e incluso un duque, y le
lanzaba una mirada que le hacía temblar. Una vez que su regia
"hermana", la inflexible santa lady María, discutió con él la
prudencia de su conducta al perdonar a tantas personas que de otra
manera serían encarceladas, colgadas o quemadas, y le recordó que
las prisiones de su augusto difunto padre habían tenido a veces
hasta sesenta mil convictos a un tiempo, y que durante su admirable
reinado había entregado setenta y dos mil rateros y ladrones a la
muerte por medio del verdugo, el niño se llenó de generosa
indignación, y le ordenó que fuera a su gabinete y rogara a Dios que
le quitara la piedra que tenía en el pecho y que le diera un corazón
humano.
¿Nunca se sintió Tom Canty preocupado por el pobre principito
legítimo, que lo había tratado tan bondadosamente y que se había
lanzado tan celosamente a vengarlo del insolente centinela de la
puerta de palacio? Sí. Sus primeros días y noches reales estuvieron
bastante salpicados de penosos recuerdos del perdido príncipe y con
sinceros deseos de su regreso y feliz reintegración de sus derechos
y esplendores naturales. Pero a medida que pasó el tiempo y el
príncipe no venía, la mente de Tom estuvo más y más ocupada con sus
nuevas y encantadoras experiencias, y poco a poco el desaparecido
monarca casi se esfumó de sus pensamientos; y finalmente, cuando a
ratos se inmiscuía en ellos, se había convertido ya en espectro mal
recibido, porque hacía sentirse a Tom culpable y avergonzado.
La pobre madre y las hermanas de Tom corrieron, la misma suerte en
su memoria. Al principio desfallecía por ellas, se apenaba por ellas
y anhelaba verlas, pero mas tarde la idea de que un día vinieran con
sus andrajos y su mugre, traicionándolo con sus besos, derribándolo
de su encumbrado lugar y arrastrándolo de nuevo a la penuria, a la
degradación y a los arrabales, le hacía estremecerse. Por fin
cesaron de perturbar sus pensamientos casi por completo. Y el estuvo
contento, incluso alegre, porque cuando quiera que sus semblantes
lúgubres y acusadores se alzaban frente a él, lo hacían sentirse más
despreciable que los gusanos que se arrastran.
La medianoche del diecinueve de febrero, Tom Canty se sumía en el
sueño en un rico lecho, guardado por sus leales vasallos y rodeado
por las pompas de la realeza; un niño feliz, porque el día siguiente
era el señalado; para su solemne coronación como rey de Inglaterra.
Y a la misma hora, Eduardo, el verdadero rey, hambriento y sediento,
sucio y lleno de tierra, rendido por el viaje y cubierto con harapos
y jirones –su parte en los resultados del tumulto–, estaba
apretujado entre multitud de gentes que observaban con profundo
interés, ciertas presurosas cuadrillas de obreros que entraban y
salían de la abadía de Westminster, laboriosas coma hormigas;
estaban haciendo los últimos preparativos para la real coronación. |