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CAPÍTULO X continuación - Pag 37

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THE LEECH AND HIS PATIENT

It proved not difficult to re-establish the intimacy of the two companions, on the same footing and in the same degree as heretofore. The young clergyman, after a few hours of privacy, was sensible that the disorder of his nerves had hurried him into an unseemly outbreak of temper, which there had been nothing in the physician's words to excuse or palliate. He marvelled, indeed, at the violence with which he had thrust back the kind old man, when merely proffering the advice which it was his duty to bestow, and which the minister himself had expressly sought. With these remorseful feelings, he lost no time in making the amplest apologies, and besought his friend still to continue the care which, if not successful in restoring him to health, had, in all probability, been the means of prolonging his feeble existence to that hour. Roger Chillingworth readily assented, and went on with his medical supervision of the minister; doing his best for him, in all good faith, but always quitting the patient's apartment, at the close of the professional interview, with a mysterious and puzzled smile upon his lips. This expression was invisible in Mr. Dimmesdale's presence, but grew strongly evident as the physician crossed the threshold.
"A rare case," he muttered. "I must needs look deeper into it. A strange sympathy betwixt soul and body! Were it only for the art's sake, I must search this matter to the bottom."
It came to pass, not long after the scene above recorded, that the Reverend Mr. Dimmesdale, noon-day, and entirely unawares, fell into a deep, deep slumber, sitting in his chair, with a large black-letter volume open before him on the table. It must have been a work of vast ability in the somniferous school of literature. The profound depth of the minister's repose was the more remarkable, inasmuch as he was one of those persons whose sleep ordinarily is as light as fitful, and as easily scared away, as a small bird hopping on a twig. To such an unwonted remoteness, however, had his spirit now withdrawn into itself that he stirred not in his chair when old Roger Chillingworth, without any extraordinary precaution, came into the room. The physician advanced directly in front of his patient, laid his hand upon his bosom, and thrust aside the vestment, that hitherto had always covered it even from the professional eye.

Then, indeed, Mr. Dimmesdale shuddered, and slightly stirred.
After a brief pause, the physician turned away.
But with what a wild look of wonder, joy, and horror! With what a ghastly rapture, as it were, too mighty to be expressed only by the eye and features, and therefore bursting forth through the whole ugliness of his figure, and making itself even riotously manifest by the extravagant gestures with which he threw up his arms towards the ceiling, and stamped his foot upon the floor! Had a man seen old Roger Chillingworth, at that moment of his ecstasy, he would have had no need to ask how Satan comports himself when a precious human soul is lost to heaven, and won into his kingdom.
But what distinguished the physician's ecstasy from Satan's was the trait of wonder in it!

     

EL MÉDICO Y SU PACIENTE

No fue difícil restablecer la intimidad de los dos compañeros, en el mismo estado y condición que antes. El joven ministro, después de unas cuantas horas de soledad, comprendió que el desorden de sus nervios le había hecho incurrir en una explosión de ira, sin que en las palabras del médico hubiera habido algo que pudiera disculparle. Se maravilló de la violencia con que había tratado al bondadoso anciano, cuando no hacía más que emitir una opinión y dar un consejo que eran parte de su deber como médico, y que él mismo había solicitado expresamente. Lleno de estas ideas de arrepentimiento, no perdió tiempo en darle la más completa satisfacción, y en suplicar a su amigo que continuase con su tarea y cuidados, que si no llegaban a restablecer completamente su salud, habían sido indudablemente parte a prolongar su débil existencia hasta aquella hora. El anciano Roger accedió fácilmente, y continuó su vigilancia médica, haciendo cuanto podía en beneficio del ministro, con la mayor buena fe, pero saliendo siempre de la habitación del paciente, después de una entrevista facultativa, con una sonrisa misteriosa y extraña en los labios. Esta expresión era invisible en la presencia de Dimmesdale, pero se volvía más intensa cuando el médico cruzaba el umbral.
—¡Un caso extraño!—murmuraba. Necesito escudriñarlo más profundamente. ¡Rara simpatía entre alma y cuerpo! Aunque no fuera más que en beneficio de la ciencia, tengo que investigar este asunto a fondo.
Poco tiempo después de la escena arriba referida, aconteció que el Reverendo Sr. Dimmesdale, al mediodía, y enteramente de improviso, cayó en profundísimo sueño mientras, sentado en su sillón, estaba leyendo un volumen en folio que yacía abierto sobre la mesa. La intensidad del reposo del ministro era tanto más notable, cuanto que era una de esas personas de sueño por lo común ligero, no continuado, y fácil de interrumpirse por la menor causa. Pero su espíritu no estaba tan hondamente aletargado, que le impidiera moverse en el sillón cuando el anciano médico, sin ningunas precauciones extraordinarias, entró en el cuarto. Chillingworth se dirigió sin vacilar a su enfermo amigo, y poniendo la mano en el seno de éste, echó a un lado el vestido que lo había mantenido cubierto siempre, aún a las miradas del facultativo.
Entonces fue cuando el Sr. Dimmesdale se estremeció y hasta se movió ligeramente.
Después de una breve pausa el médico se retiró. ¡Pero con qué feroz mirada de sorpresa, de alegría y de horror! ¡Con qué siniestro placer, demasiado intenso para que pudiera hallar plena expresión en sus miradas y facciones, y que por lo tanto se esparció por toda la fealdad de su rostro y cuerpo, manifestándose por medio de extravagantes gestos y ademanes, ya levantando los brazos hacia el cielo, ya golpeando el suelo con los pies! Si alguien hubiera podido ver en aquel momento de éxtasis al viejo Roger Chillingworth, no tendría que preguntarse cómo se comporta Satanás cuando logra que se pierda un alma preciosa para el cielo y la gana para el infierno.
Pero lo que distinguía el éxtasis del médico del que experimentaría Satanás, era la expresión de asombro que lo acompañaba.

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