THE LEECH AND HIS PATIENT
It proved not difficult to re-establish the intimacy of the two
companions, on the same footing and in the same degree as heretofore.
The young clergyman, after a few hours of privacy, was sensible that
the disorder of his nerves had hurried him into an unseemly outbreak
of temper, which there had been nothing in the physician's words to
excuse or palliate. He marvelled, indeed, at the violence with which
he had thrust back the kind old man, when merely proffering the
advice which it was his duty to bestow, and which the minister
himself had expressly sought. With these remorseful feelings, he
lost no time in making the amplest apologies, and besought his
friend still to continue the care which, if not successful in
restoring him to health, had, in all probability, been the means of
prolonging his feeble existence to that hour. Roger Chillingworth
readily assented, and went on with his medical supervision of the
minister; doing his best for him, in all good faith, but always
quitting the patient's apartment, at the close of the professional
interview, with a mysterious and puzzled smile upon his lips. This
expression was invisible in Mr. Dimmesdale's presence, but grew
strongly evident as the physician crossed the threshold.
"A rare case," he muttered. "I must needs look deeper into it. A
strange sympathy betwixt soul and body! Were it only for the art's
sake, I must search this matter to the bottom."
It came to pass, not long after the scene above recorded, that the
Reverend Mr. Dimmesdale, noon-day, and entirely unawares, fell into
a deep, deep slumber, sitting in his chair, with a large black-letter
volume open before him on the table. It must have been a work of
vast ability in the somniferous school of literature. The profound
depth of the minister's repose was the more remarkable, inasmuch as
he was one of those persons whose sleep ordinarily is as light as
fitful, and as easily scared away, as a small bird hopping on a twig.
To such an unwonted remoteness, however, had his spirit now
withdrawn into itself that he stirred not in his chair when old
Roger Chillingworth, without any extraordinary precaution, came into
the room. The physician advanced directly in front of his patient,
laid his hand upon his bosom, and thrust aside the vestment, that
hitherto had always covered it even from the professional eye.
Then, indeed, Mr. Dimmesdale shuddered, and slightly stirred.
After a brief pause, the physician turned away.
But with what a wild look of wonder, joy, and horror! With what a
ghastly rapture, as it were, too mighty to be expressed only by the
eye and features, and therefore bursting forth through the whole
ugliness of his figure, and making itself even riotously manifest by
the extravagant gestures with which he threw up his arms towards the
ceiling, and stamped his foot upon the floor! Had a man seen old
Roger Chillingworth, at that moment of his ecstasy, he would have
had no need to ask how Satan comports himself when a precious human
soul is lost to heaven, and won into his kingdom.
But what distinguished the physician's ecstasy from Satan's was the
trait of wonder in it! |
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EL MÉDICO Y SU PACIENTE No fue difícil restablecer la
intimidad de los dos compañeros, en el mismo estado y condición que
antes. El joven ministro, después de unas cuantas horas de soledad,
comprendió que el desorden de sus nervios le había hecho incurrir en
una explosión de ira, sin que en las palabras del médico hubiera
habido algo que pudiera disculparle. Se maravilló de la violencia
con que había tratado al bondadoso anciano, cuando no hacía más que
emitir una opinión y dar un consejo que eran parte de su deber como
médico, y que él mismo había solicitado expresamente. Lleno de estas
ideas de arrepentimiento, no perdió tiempo en darle la más completa
satisfacción, y en suplicar a su amigo que continuase con su tarea y
cuidados, que si no llegaban a restablecer completamente su salud,
habían sido indudablemente parte a prolongar su débil existencia
hasta aquella hora. El anciano Roger accedió fácilmente, y continuó
su vigilancia médica, haciendo cuanto podía en beneficio del
ministro, con la mayor buena fe, pero saliendo siempre de la
habitación del paciente, después de una entrevista facultativa, con
una sonrisa misteriosa y extraña en los labios. Esta expresión era
invisible en la presencia de Dimmesdale, pero se volvía más intensa
cuando el médico cruzaba el umbral.
—¡Un caso extraño!—murmuraba. Necesito escudriñarlo más
profundamente. ¡Rara simpatía entre alma y cuerpo! Aunque no fuera
más que en beneficio de la ciencia, tengo que investigar este asunto
a fondo.
Poco tiempo después de la escena arriba referida, aconteció que el
Reverendo Sr. Dimmesdale, al mediodía, y enteramente de improviso,
cayó en profundísimo sueño mientras, sentado en su sillón, estaba
leyendo un volumen en folio que yacía abierto sobre la mesa. La
intensidad del reposo del ministro era tanto más notable, cuanto que
era una de esas personas de sueño por lo común ligero, no
continuado, y fácil de interrumpirse por la menor causa. Pero su
espíritu no estaba tan hondamente aletargado, que le impidiera
moverse en el sillón cuando el anciano médico, sin ningunas
precauciones extraordinarias, entró en el cuarto. Chillingworth se
dirigió sin vacilar a su enfermo amigo, y poniendo la mano en el
seno de éste, echó a un lado el vestido que lo había mantenido
cubierto siempre, aún a las miradas del facultativo.
Entonces fue cuando el Sr. Dimmesdale se estremeció y hasta se movió
ligeramente.
Después de una breve pausa el médico se retiró. ¡Pero con qué feroz
mirada de sorpresa, de alegría y de horror! ¡Con qué siniestro
placer, demasiado intenso para que pudiera hallar plena expresión en
sus miradas y facciones, y que por lo tanto se esparció por toda la
fealdad de su rostro y cuerpo, manifestándose por medio de
extravagantes gestos y ademanes, ya levantando los brazos hacia el
cielo, ya golpeando el suelo con los pies! Si alguien hubiera podido
ver en aquel momento de éxtasis al viejo Roger Chillingworth, no
tendría que preguntarse cómo se comporta Satanás cuando logra que se
pierda un alma preciosa para el cielo y la gana para el infierno.
Pero lo que distinguía el éxtasis del médico del que experimentaría
Satanás, era la expresión de asombro que lo acompañaba. |