INICIO. Página Principal
PRESENTACIÓN de nuestra Web
Cursos Multimedia por Niveles
Gramática inglesa en español con ejercicios prácticos resueltos.
LISTENING. Sonidos con ejercicios prácticos, soluciones y texto de transcripción.
LIBROS completos en inglés para descargar a tu PC.
Practica tu READING con textos traducidos y ejercicios de comprensión lectora.
PROGRAMAS didácticos y utilidades educacionales para descargar a tu Pc.
EJERCICIOS multimedia para mejorar tu inglés.
Ejercita tus conocimientos siguiendo las aventuras de nuestro detective.
RECURSOS Y ACTIVIDADES de interés y utilidad.
Agrupaciones temáticas de palabras y su traducción. Con sonido y ejercicios
Información y Recursos específicos para profesores.
Material para la preparación de las pruebas de First de la Universidad de Cambridge.
PELÍCULAS EN INGLÉS
Vídeos para aprender inglés

Cuaderno de ejercicios 

de inglés. Actividades y material de aprendizaje.
Accede a nuestro grupo 

en Facebook
Busca el significado de los términos y su 

traducción.
Traduce textos o páginas web completas.
Consulta nuestros productos




 

 

CAPÍTULO X continuación - Pag 36

English version       Versión en español

THE LEECH AND HIS PATIENT

So she drew her mother away, skipping, dancing, and frisking fantastically among the hillocks of the dead people, like a creature that had nothing in common with a bygone and buried generation, nor owned herself akin to it. It was as if she had been made afresh out of new elements, and must perforce be permitted to live her own life, and be a law unto herself without her eccentricities being reckoned to her for a crime.
"There goes a woman," resumed Roger Chillingworth, after a pause, "who, be her demerits what they may, hath none of that mystery of hidden sinfulness which you deem so grievous to be borne. Is Hester Prynne the less miserable, think you, for that scarlet letter on her breast?"
"I do verily believe it," answered the clergyman. "Nevertheless, I cannot answer for her. There was a look of pain in her face which I would gladly have been spared the sight of. But still, methinks, it must needs be better for the sufferer to be free to show his pain, as this poor woman Hester is, than to cover it up in his heart."
There was another pause, and the physician began anew to examine and arrange the plants which he had gathered.
"You inquired of me, a little time agone," said he, at length, "my judgment as touching your health."
"I did," answered the clergyman, "and would gladly learn it.
Speak frankly, I pray you, be it for life or death."
"Freely then, and plainly," said the physician, still busy with his plants, but keeping a wary eye on Mr. Dimmesdale, "the disorder is a strange one; not so much in itself nor as outwardly manifested,—in so far, at least as the symptoms have been laid open to my observation. Looking daily at you, my good sir, and watching the tokens of your aspect now for months gone by, I should deem you a man sore sick, it may be, yet not so sick but that an instructed and watchful physician might well hope to cure you. But I know not what to say, the disease is what I seem to know, yet know it not."
"You speak in riddles, learned sir," said the pale minister, glancing aside out of the window.

"Then, to speak more plainly," continued the physician, "and I crave pardon, sir, should it seem to require pardon, for this needful plainness of my speech. Let me ask as your friend, as one having charge, under Providence, of your life and physical well being, hath all the operations of this disorder been fairly laid open and recounted to me?"

"How can you question it?" asked the minister. "Surely it were child's play to call in a physician and then hide the sore!"

"You would tell me, then, that I know all?" said Roger Chillingworth, deliberately, and fixing an eye, bright with intense and concentrated intelligence, on the minister's face. "Be it so! But again! He to whom only the outward and physical evil is laid open, knoweth, oftentimes, but half the evil which he is called upon to cure. A bodily disease, which we look upon as whole and entire within itself, may, after all, be but a symptom of some ailment in the spiritual part. Your pardon once again, good sir, if my speech give the shadow of offence. You, sir, of all men whom I have known, are he whose body is the closest conjoined, and imbued, and identified, so to speak, with the spirit whereof it is the instrument."

"Then I need ask no further," said the clergyman, somewhat hastily rising from his chair. "You deal not, I take it, in medicine for the soul!"
"Thus, a sickness," continued Roger Chillingworth, going on, in an unaltered tone, without heeding the interruption, but standing up and confronting the emaciated and white-cheeked minister, with his low, dark, and misshapen figure,—"a sickness, a sore place, if we may so call it, in your spirit hath immediately its appropriate manifestation in your bodily frame. Would you, therefore, that your physician heal the bodily evil? How may this be unless you first lay open to him the wound or trouble in your soul?"

"No, not to thee! not to an earthly physician!" cried Mr. Dimmesdale, passionately, and turning his eyes, full and bright, and with a kind of fierceness, on old Roger Chillingworth. "Not to thee! But, if it be the soul's disease, then do I commit myself to the one Physician of the soul! He, if it stand with His good pleasure, can cure, or he can kill. Let Him do with me as, in His justice and wisdom, He shall see good. But who art thou, that meddlest in this matter? that dares thrust himself between the sufferer and his God?"

With a frantic gesture he rushed out of the room.
"It is as well to have made this step," said Roger Chillingworth to himself, looking after the minister, with a grave smile. "There is nothing lost. We shall be friends again anon. But see, now, how passion takes hold upon this man, and hurrieth him out of himself! As with one passion so with another. He hath done a wild thing ere now, this pious Master Dimmesdale, in the hot passion of his heart."

     

EL MÉDICO Y SU PACIENTE

E hizo partir a su madre, saltando, bailando, retozando fantásticamente entre los túmulos de los muertos, como criatura que nada tuviese de común con las generaciones allí enterradas, ni aun el más remoto parentesco con ellas. Parecía como si hubiera sido creada de nuevos elementos, debiendo por lo tanto vivir forzosamente una existencia aparte, con leyes propias y especiales, sin que pudieran considerarse un crimen sus excentricidades.
—Ahí va una mujer,—prosiguió el médico después de una pausa,—que sean cuales fueren sus faltas, no tiene nada de esa misteriosa corrupción oculta que creéis debe ser tan dura de llevar. ¿Pensáis acaso que Ester Prynne es menos infeliz a causa de esa letra escarlata que ostenta en el seno?
—Así lo creo,—replicó el ministro. Sin embargo, no puedo responder por ella. Hay en su rostro una expresión de dolor, que hubiera deseado no haber visto. Creo, no obstante, que es mucho mejor para el paciente hallarse en libertad de mostrar su dolor, como acontece con esta pobre Ester, que no llevarlo oculto en su corazón.
Hubo otra pausa; y el médico empezó de nuevo a examinar y a arreglar las plantas que había recogido.
—Me preguntasteis, no ha mucho, dijo, mi opinión acerca de vuestra salud.
—Así lo hice,—respondió Dimmesdale,—y me alegraría conocerla. Os ruego que habléis francamente, sea cuál fuere vuestra sentencia.
—Pues bien, con toda franqueza y sin rodeos,—dijo el médico ocupado aun en el arreglo de sus hierbas, pero observando con circunspección al Sr. Dimmesdale,—la enfermedad es muy extraña; no tanto en sí misma, o en su manera de manifestarse exteriormente, a lo menos hasta donde puedo juzgar por los síntomas que me ha sido dado observar. Viéndoos diariamente, mi buen señor, y habiendo estudiado durante meses los cambios de vuestra fisonomía, podría quizás consideraros un hombre bastante enfermo, aunque no tan enfermo que un médico instruído y vigilante no abrigara la esperanza de curar. Pero—no sé qué decir,—la enfermedad parece serme conocida, y sin embargo no la conozco.
—Estáis hablando en enigmas, mi sabio señor, dijo el pálido ministro mirando por la ventana hacia afuera.
—Entonces, para hablar con más claridad,—continuó el médico, y os pido perdón, si es necesario que se me perdone la franqueza de mi lenguaje,—permitidme que os pregunte,—como amigo vuestro, a cuyo cargo ha puesto la Providencia vuestra vida y bienestar físico,—si me habéis expuesto y referido completamente todos los efectos y síntomas de esta enfermedad.
—¿Cómo podéis hacerme semejante pregunta?—replicó el ministro. Sería ciertamente un juego de niños llamar a un médico y ocultar la llaga.
—Me dais, pues, a entender que lo sé todo,—dijo Roger Chillingworth con acento deliberado y fijando en el ministro una mirada perspicaz, llena de intensa y concentrada inteligencia. Así será; pero aquel a quien se le expone solamente el mal físico y externo, a veces no conoce sino la mitad del mal para cuya curación se le ha llamado. Una enfermedad del cuerpo, que consideramos un todo completo en sí mismo, puede acaso no ser sino el síntoma de alguna perturbación puramente espiritual. Os pido de nuevo perdón, mi buen amigo, si mi lenguaje os ofende en lo más mínimo; pero de todos los hombres que he conocido, en ninguno, como en vos, la parte física se halla tan completamente amalgamada e identificada, si se me permite la expresión, con la parte espiritual de que aquella es el mero instrumento.
—En ese caso no necesito haceros más preguntas,—dijo el ministro levantándose un tanto precipitadamente de su asiento. No creo que tengáis a vuestro cargo la cura de almas.
—Esto hace,—continuó el médico sin alterar la voz, ni fijarse en la interrupción, pero poniéndose en pie frente al extenuado y pálido ministro,—que una enfermedad, que un lugar llagado, si podemos llamarlo así, en vuestro espíritu, tenga inmediatamente su manifestación adecuada en vuestra forma corpórea. ¿Quisierais que vuestro médico curara el mal físico? Pero ¿cómo podrá hacerlo sin que primero le dejéis ver la herida o pesadumbre de vuestra alma?
—¡No!—¡no a ti!—no a un médico terrenal!—exclamó el Sr. Dimmesdale con la mayor agitación y fijando sus ojos grandemente abiertos, brillantes, y con una especie de fiereza, en el viejo Roger Chillingworth. ¡No a ti! Pero si fuere una enfermedad del alma la que tengo, entonces me pondré en manos del único Médico del alma; él puede curar o puede matar según juzgue más conveniente. Haga conmigo en su justicia y sabiduría lo que crea bueno. Pero ¿quién eres tú, que te mezclas en este asunto? ¿Tú, que te atreves a interponerte entre el paciente y su Dios?
Y con ademán furioso salió a toda prisa de la habitación.
—Me alegro de haber dado este paso,—se dijo el médico para sus adentros, siguiendo con las miradas al ministro y con una grave sonrisa. Nada hay perdido. Seremos amigos de nuevo y pronto. Pero ved ¡cómo la cólera se apodera de este hombre y lo pone fuera de sí! Y lo mismo que acontece con un sentimiento acontece con otro. Este piadoso Sr. Dimmesdale ha cometido antes de ahora una falta, en un momento de ardiente arrebato.

Back   Main Page   Forward

La Mansión del Inglés. https://www.mansioningles.com
© Copyright La Mansión del Inglés C.B. - Todos los Derechos Reservados
. -

¿Cómo puedo desactivar el bloqueo de anuncios en La Mansión del Inglés?