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CAPÍTULO III - Pag 8

English version       Versión en español
THE RECOGNITION

From this intense consciousness of being the object of severe and universal observation, the wearer of the scarlet letter was at length relieved, by discerning, on the outskirts of the crowd, a figure which irresistibly took possession of her thoughts. An Indian in his native garb was standing there; but the red men were not so infrequent visitors of the English settlements that one of them would have attracted any notice from Hester Prynne at such a time; much less would he have excluded all other objects and ideas from her mind. By the Indian's side, and evidently sustaining a companionship with him, stood a white man, clad in a strange disarray of civilized and savage costume.

He was small in stature, with a furrowed visage, which as yet could hardly be termed aged. There was a remarkable intelligence in his features, as of a person who had so cultivated his mental part that it could not fail to mould the physical to itself and become manifest by unmistakable tokens. Although, by a seemingly careless arrangement of his heterogeneous garb, he had endeavoured to conceal or abate the peculiarity, it was sufficiently evident to Hester Prynne that one of this man's shoulders rose higher than the other. Again, at the first instant of perceiving that thin visage, and the slight deformity of the figure, she pressed her infant to her bosom with so convulsive a force that the poor babe uttered another cry of pain. But the mother did not seem to hear it.

At his arrival in the market-place, and some time before she saw him, the stranger had bent his eyes on Hester Prynne. It was carelessly at first, like a man chiefly accustomed to look inward, and to whom external matters are of little value and import, unless they bear relation to something within his mind. Very soon, however, his look became keen and penetrative. A writhing horror twisted itself across his features, like a snake gliding swiftly over them, and making one little pause, with all its wreathed intervolutions in open sight. His face darkened with some powerful emotion, which, nevertheless, he so instantaneously controlled by an effort of his will, that, save at a single moment, its expression might have passed for calmness. After a brief space, the convulsion grew almost imperceptible, and finally subsided into the depths of his nature. When he found the eyes of Hester Prynne fastened on his own, and saw that she appeared to recognize him, he slowly and calmly raised his finger, made a gesture with it in the air, and laid it on his lips.

      EL RECONOCIMIENTO

De esta intensa sensación y convencimiento de ser el objeto de las miradas severas y escudriñadoras de todo el mundo, salió al fin la mujer de la letra escarlata al percibir, en las últimas filas de la multitud, una figura que irresistiblemente embargó sus pensamientos. Allí estaba en pie un indio vestido con el traje de su tribu; pero los hombres de piel cobriza no eran visitas tan raras en las colonias inglesas, que la presencia de uno pudiera atraer la atención de Ester en aquellas circunstancias, y mucho menos distraerla de las ideas que preocupaban su espíritu. Al lado del indio, y evidentemente en compañía suya, había un hombre blanco, vestido con una extraña mezcla de traje semi-civilizado y semi-salvaje.
Era de pequeña estatura, con semblante surcado por numerosas arrugas y que sin embargo no podía llamarse el de un anciano. En los rasgos de su fisonomía se revelaba una inteligencia notable, como la de quien hubiera cultivado de tal modo sus facultades mentales, que la parte física no podía menos que amoldarse a ellas y revelarse por rasgos inequívocos. Aunque merced a un aparente desarreglo de su heterogénea vestimenta había tratado de ocultar o disimular cierta peculiaridad de su figura, para Ester era evidente que uno de los hombros de este individuo era más alto que el otro. No bien hubo percibido aquel rostro delgado y aquella ligera deformidad de la figura, estrechó a la niña contra el pecho, con tan convulsiva fuerza, que la pobre criaturita dio otro grito de dolor. Pero la madre no pareció oírlo.
Desde que llegó a la plaza del mercado, y algún tiempo antes que ella le hubiera visto, aquel desconocido había fijado sus miradas en Ester. Al principio, de una manera descuidada, como hombre acostumbrado a dirigirlas principalmente dentro de sí mismo, y para quien las cosas externas son asunto de poca monta, a menos que no se relacionen con algo que preocupe su espíritu. Pronto, sin embargo, las miradas se volvieron fijas y penetrantes. Una especie de horror puede decirse que retorció visiblemente su fisonomía, como serpiente que se deslizara ligeramente sobre las facciones, haciendo una ligera pausa y verificando todas sus circunvoluciones a la luz del día. Su rostro se obscureció a impulsos de alguna poderosa emoción que pudo sin embargo dominar instantáneamente, merced a un esfuerzo de su voluntad, y de tal modo, que excepto un rápido instante, la expresión de su rostro habría parecido completamente tranquila. Después de un breve momento, la convulsión fue casi imperceptible, hasta que al fin se desvaneció totalmente. Cuando vio que las miradas de Ester se habían fijado en las suyas, y notó que parecía haberle reconocido, levantó lenta y tranquilamente el dedo, hizo una señal con él en el aire,
y lo llevó a sus labios.

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