THE RECOGNITION From this
intense consciousness of being the object of severe and universal
observation, the wearer of the scarlet letter was at length relieved,
by discerning, on the outskirts of the crowd, a figure which
irresistibly took possession of her thoughts. An Indian in his
native garb was standing there; but the red men were not so
infrequent visitors of the English settlements that one of them
would have attracted any notice from Hester Prynne at such a time;
much less would he have excluded all other objects and ideas from
her mind. By the Indian's side, and evidently sustaining a
companionship with him, stood a white man, clad in a strange
disarray of civilized and savage costume.
He was small in stature, with a furrowed visage, which as yet
could hardly be termed aged. There was a remarkable intelligence in
his features, as of a person who had so cultivated his mental part
that it could not fail to mould the physical to itself and become
manifest by unmistakable tokens. Although, by a seemingly careless
arrangement of his heterogeneous garb, he had endeavoured to conceal
or abate the peculiarity, it was sufficiently evident to Hester
Prynne that one of this man's shoulders rose higher than the other.
Again, at the first instant of perceiving that thin visage, and the
slight deformity of the figure, she pressed her infant to her bosom
with so convulsive a force that the poor babe uttered another cry of
pain. But the mother did not seem to hear it.
At his arrival in the market-place, and some time before she saw
him, the stranger had bent his eyes on Hester Prynne. It was
carelessly at first, like a man chiefly accustomed to look inward,
and to whom external matters are of little value and import, unless
they bear relation to something within his mind. Very soon, however,
his look became keen and penetrative. A writhing horror twisted
itself across his features, like a snake gliding swiftly over them,
and making one little pause, with all its wreathed intervolutions in
open sight. His face darkened with some powerful emotion, which,
nevertheless, he so instantaneously controlled by an effort of his
will, that, save at a single moment, its expression might have
passed for calmness. After a brief space, the convulsion grew almost
imperceptible, and finally subsided into the depths of his nature.
When he found the eyes of Hester Prynne fastened on his own, and saw
that she appeared to recognize him, he slowly and calmly raised his
finger, made a gesture with it in the air, and laid it on his lips. |
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EL RECONOCIMIENTO De
esta intensa sensación y convencimiento de ser el objeto de las
miradas severas y escudriñadoras de todo el mundo, salió al fin la
mujer de la letra escarlata al percibir, en las últimas filas de la
multitud, una figura que irresistiblemente embargó sus pensamientos.
Allí estaba en pie un indio vestido con el traje de su tribu; pero
los hombres de piel cobriza no eran visitas tan raras en las
colonias inglesas, que la presencia de uno pudiera atraer la
atención de Ester en aquellas circunstancias, y mucho menos
distraerla de las ideas que preocupaban su espíritu. Al lado del
indio, y evidentemente en compañía suya, había un hombre blanco,
vestido con una extraña mezcla de traje semi-civilizado y semi-salvaje.
Era de pequeña estatura, con semblante surcado por numerosas arrugas
y que sin embargo no podía llamarse el de un anciano. En los rasgos
de su fisonomía se revelaba una inteligencia notable, como la de
quien hubiera cultivado de tal modo sus facultades mentales, que la
parte física no podía menos que amoldarse a ellas y revelarse por
rasgos inequívocos. Aunque merced a un aparente desarreglo de su
heterogénea vestimenta había tratado de ocultar o disimular cierta
peculiaridad de su figura, para Ester era evidente que uno de los
hombros de este individuo era más alto que el otro. No bien hubo
percibido aquel rostro delgado y aquella ligera deformidad de la
figura, estrechó a la niña contra el pecho, con tan convulsiva
fuerza, que la pobre criaturita dio otro grito de dolor. Pero la
madre no pareció oírlo.
Desde que llegó a la plaza del mercado, y algún tiempo antes que
ella le hubiera visto, aquel desconocido había fijado sus miradas en
Ester. Al principio, de una manera descuidada, como hombre
acostumbrado a dirigirlas principalmente dentro de sí mismo, y para
quien las cosas externas son asunto de poca monta, a menos que no se
relacionen con algo que preocupe su espíritu. Pronto, sin embargo,
las miradas se volvieron fijas y penetrantes. Una especie de horror
puede decirse que retorció visiblemente su fisonomía, como serpiente
que se deslizara ligeramente sobre las facciones, haciendo una
ligera pausa y verificando todas sus circunvoluciones a la luz del
día. Su rostro se obscureció a impulsos de alguna poderosa emoción
que pudo sin embargo dominar instantáneamente, merced a un esfuerzo
de su voluntad, y de tal modo, que excepto un rápido instante, la
expresión de su rostro habría parecido completamente tranquila.
Después de un breve momento, la convulsión fue casi imperceptible,
hasta que al fin se desvaneció totalmente. Cuando vio que las
miradas de Ester se habían fijado en las suyas, y notó que parecía
haberle reconocido, levantó lenta y tranquilamente el dedo, hizo una
señal con él en el aire, y lo llevó a sus labios. |