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CAPÍTULO III continuación - Pag 12

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THE RECOGNITION

Hester shook her head.
"Woman, transgress not beyond the limits of Heaven's mercy!" cried the Reverend Mr. Wilson, more harshly than before. "That little babe hath been gifted with a voice, to second and confirm the counsel which thou hast heard. Speak out the name! That, and thy repentance, may avail to take the scarlet letter off thy breast."
"Never," replied Hester Prynne, looking, not at Mr. Wilson, but into the deep and troubled eyes of the younger clergyman. "It is too deeply branded. Ye cannot take it off. And would that I might endure his agony as well as mine!"

"Speak, woman!" said another voice, coldly and sternly, proceeding from the crowd about the scaffold, "Speak; and give your child a father"
"I will not speak!" answered Hester, turning pale as death, but responding to this voice, which she too surely recognised. "And my child must seek a heavenly father; she shall never know an earthly one!"
"She will not speak!" murmured Mr. Dimmesdale, who, leaning over the balcony, with his hand upon his heart, had awaited the result of his appeal. He now drew back with a long respiration. "Wondrous strength and generosity of a woman's heart! She will not speak!"

Discerning the impracticable state of the poor culprit's mind, the elder clergyman, who had carefully prepared himself for the occasion, addressed to the multitude a discourse on sin, in all its branches, but with continual reference to the ignominious letter. So forcibly did he dwell upon this symbol, for the hour or more during which his periods were rolling over the people's heads, that it assumed new terrors in their imagination, and seemed to derive its scarlet hue from the flames of the infernal pit. Hester Prynne, meanwhile, kept her place upon the pedestal of shame, with glazed eyes, and an air of weary indifference. She had borne that morning all that nature could endure; and as her temperament was not of the order that escapes from too intense suffering by a swoon, her spirit could only shelter itself beneath a stony crust of insensibility, while the faculties of animal life remained entire. In this state, the voice of the preacher thundered remorselessly, but unavailingly, upon her ears.

The infant, during the latter portion of her ordeal, pierced the air with its wailings and screams; she strove to hush it mechanically, but seemed scarcely to sympathise with its trouble. With the same hard demeanour, she was led back to prison, and vanished from the public gaze within its iron-clamped portal. It was whispered by those who peered after her that the scarlet letter threw a lurid gleam along the dark passage-way of the interior.

      EL RECONOCIMIENTO

Ester movió la cabeza en sentido negativo.
—¡Mujer! no abuses de la clemencia del cielo,—exclamó el Reverendo Sr. Wilson con acento más áspero que antes.—Esa tierna niña con su débil vocecita ha apoyado y confirmado el consejo que has oído de los labios del Reverendo Dimmesdale. ¡Pronuncia el nombre! Eso, y tu arrepentimiento, pueden servir para que te libren de la letra escarlata que llevas en el vestido.
—¡Nunca! ¡jamás!—replicó Ester fijando las miradas, no en el Sr. Wilson, sino en los profundos y turbados ojos del joven ministro.—Está grabada demasiado hondamente. No podéis arrancarla. Y ¡ojalá pudiera yo sufrir la agonía que él sufre, como soporto la mía!
—Habla, mujer, dijo otra voz, fría y severa, que procedía de la multitud que rodeaba el tablado. Habla; y dale un padre a tu hija.
—No hablaré,—replicó Ester volviéndose pálida como una muerta, pero respondiendo a aquella voz que ciertamente había reconocido.—Y mi hija buscará un padre celestial: jamás conocerá a uno terrestre.
—¡No quiere hablar!—murmuró el Sr. Dimmesdale que, reclinado sobre el balconcillo, con la mano sobre el corazón, había estado esperando el resultado de su discurso.—¡Maravillosa fuerza y generosidad de un corazón de mujer! ¡No quiere hablar!... Y se echó hacia atrás respirando profundamente.
Comprendiendo el estado del espíritu de la pobre culpable, el ministro de más edad, que se había preparado para el caso, dirigió a la multitud un discurso acerca del pecado en todas sus ramificaciones, aludiendo con frecuencia a la letra ignominiosa. Con tal vigor se espació sobre este símbolo, durante la hora o más que duró su peroración, que llenó de terror la imaginación de los circunstantes a quienes pareció que su brillo escarlata provenía de las llamas de los abismos infernales. Entretanto Ester permaneció de pie en su pedestal de vergüenza, con la mirada vaga y un aspecto general de fatigada indiferencia. Había sufrido aquella mañana cuanto es dado soportar a la humana naturaleza, y como su temperamento no era de los que por medio de un desmayo se libran de un padecimiento demasiado intenso, su espíritu podía solamente hallar cierto desahogo bajo la capa de una insensibilidad marmórea, mientras sus fuerzas corporales permanecieran intactas. En condición semejante, aunque la voz del orador tronaba implacablemente, los oídos de Ester nada percibían. Durante la última parte del discurso la niña llenó el aire con sus gritos y sus quejidos; la madre trató de acallarla, mecánicamente, sin que le afectara, al parecer, el desasosiego de la criaturita. Con la misma dura indiferencia fué conducida de nuevo a su prisión y desapareció a la vista del público tras la puerta de hierro. Los que pudieron seguirla con la vista dijeron, en voz muy baja, que la letra escarlata iba esparciendo un siniestro resplandor a lo lago del obscuro pasadizo que conducía al interior de la cárcel.

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