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CAPÍTULO II continuación - Pag 4

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THE MARKET-PLACE

The young woman was tall, with a figure of perfect elegance on a large scale. She had dark and abundant hair, so glossy that it threw off the sunshine with a gleam; and a face which, besides being beautiful from regularity of feature and richness of complexion, had the impressiveness belonging to a marked brow and deep black eyes. She was ladylike, too, after the manner of the feminine gentility of those days; characterised by a certain state and dignity, rather than by the delicate, evanescent, and indescribable grace which is now recognised as its indication. And never had Hester Prynne appeared more ladylike, in the antique interpretation of the term, than as she issued from the prison. Those who had before known her, and had expected to behold her dimmed and obscured by a disastrous cloud, were astonished, and even startled, to perceive how her beauty shone out, and made a halo of the misfortune and ignominy in which she was enveloped. It may be true that, to a sensitive observer, there was some thing exquisitely painful in it. Her attire, which indeed, she had wrought for the occasion in prison, and had modelled much after her own fancy, seemed to express the attitude of her spirit, the desperate recklessness of her mood, by its wild and picturesque peculiarity. But the point which drew all eyes, and, as it were, transfigured the wearer—so that both men and women who had been familiarly acquainted with Hester Prynne were now impressed as if they beheld her for the first time—was that SCARLET LETTER, so fantastically embroidered and illuminated upon her bosom. It had the effect of a spell, taking her out of the ordinary relations with humanity, and enclosing her in a sphere by herself.


"She hath good skill at her needle, that's certain," remarked one of her female spectators; "but did ever a woman, before this brazen hussy, contrive such a way of showing it? Why, gossips, what is it but to laugh in the faces of our godly magistrates, and make a pride out of what they, worthy gentlemen, meant for a punishment?"
"It were well," muttered the most iron-visaged of the old dames, "if we stripped Madame Hester's rich gown off her dainty shoulders; and as for the red letter which she hath stitched so curiously, I'll bestow a rag of mine own rheumatic flannel to make a fitter one!"
"Oh, peace, neighbours—peace!" whispered their youngest companion; "do not let her hear you! Not a stitch in that embroidered letter but she has felt it in her heart."
The grim beadle now made a gesture with his staff. "Make way, good people—make way, in the King's name!" cried he. "Open a passage; and I promise ye, Mistress Prynne shall be set where man, woman, and child may have a fair sight of her brave apparel from this time till an hour past meridian. A blessing on the righteous colony of the Massachusetts, where iniquity is dragged out into the sunshine! Come along, Madame Hester, and show your scarlet letter in the market-place!"

     

LA PLAZA DEL MERCADO

Aquella mujer era de elevada estatura, perfectamente formada y esbelta. Sus cabellos eran abundantes y casi negros, y tan lustrosos que reverberaban los rayos del sol: su rostro, además de ser bello por la regularidad de sus facciones y la suavidad del color, tenía toda la fuerza de expresión que comunican cejas bien marcadas y ojos intensamente negros. El aspecto era el de una dama caracterizado, como era usual en aquellos tiempos, más bien por cierta dignidad en el porte, que no por la gracia delicada, evanescente é indescriptible que se acepta hoy día como indicio de aquella cualidad. Y jamás tuvo Ester más aspecto de verdadera señora, según la antigua significación de esta palabra, que cuando salió de la cárcel. Los que la habían conocido antes y esperaban verla abatida y humillada, se sorprendieron, casi se asombraron al contemplar cómo brillaba su belleza, cual si le formaran una aureola el infortunio é ignominia en que estaba envuelta. Cierto es que un observador dotado de sensibilidad habría percibido algo suavemente doloroso en sus facciones. Su traje, que seguramente fue hecho por ella misma en la cárcel para aquel día, sirviéndole de modelo su propio capricho, parecía expresar el estado de su espíritu, la desesperada indiferencia de sus sentimientos, a juzgar por su extravagante y pintoresco aspecto. Pero lo que atrajo todas las miradas, y lo que puede decirse que transfiguraba a la mujer que la llevaba,—de tal modo que los que habían conocido familiarmente a Ester Prynne experimentaban la sensación de que ahora la veían por vez primera,—era LA LETRA ESCARLATA, tan fantásticamente bordada é iluminada que tenía cosida al cuerpo de su vestido. Era su efecto el de un amuleto mágico, que separaba a aquella mujer del resto del género humano y la ponía aparte, en un mundo que le era peculiar.
—No puede negarse que tiene una aguja muy hábil, observó una de las espectadoras; pero dudo mucho que exista otra mujer que haya ideado una manera tan descarada de hacer patente su habilidad. ¿Á qué equivale esto, comadres, sino a burlarse de nuestros piadosos magistrados, y vanagloriarse de lo que esos dignos caballeros creyeron que sería un castigo?
—Bueno fuera,—exclamó la más cara avinagrada de aquellas viejas,—que despojásemos a Madama Ester de su hermoso traje, y en vez de esa letra roja tan primorosamente bordada, le claváramos una hecha de un pedazo de esta franela que uso para mi reumatismo.
—¡Oh! basta, vecinas, basta,—murmuró la más joven de las circunstantes,—hablad de modo que no os oiga. ¡No hay una sola puntada en el bordado de esa letra que no la haya sentido en su corazón!
El sombrío alguacil hizo en este momento una señal con su vara.
—Buena gente, haced plaza; ¡haced plaza en nombre del Rey! exclamó. Abridle paso, y os prometo que Madama Ester se sentará donde todo el mundo, hombre, mujer o niño, podrá contemplar perfectamente y a su sabor el hermoso adorno desde ahora hasta la una de la tarde. El cielo bendiga la justa Colonia de Massachusetts, donde la iniquidad se ve obligada a comparecer ante la luz del sol. Venid acá Madama Ester, y mostrad vuestra letra escarlata en la plaza del mercado.

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