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En cuanto llegué a esta conclusión escuché pesados pasos que se acercaban detrás de la gran puerta, y vi a través de las hendiduras el brillo de una luz que se acercaba. Se escuchó el ruido de cadenas que golpeaban y el chirrido de pesados cerrojos que se corrían. Una llave giró haciendo el conocido ruido producido por el largo desuso,y la inmensa puerta se abrió hacia adentro.

En ella apareció un hombre alto, ya viejo, nítidamente afeitado, a excepción de un largo bigote blanco,y vestido de negro de la cabeza a los pies,sin ninguna mancha de color en ninguna parte. Tenía en la mano una antigua lámpara de plata,en la cual la llama se quemaba sin globo ni protección de ninguna clase, lanzando largas y ondulosas sombras al fluctuar por la corriente de la puerta abierta. El anciano me hizo un ademán con su mano derecha,haciendo un gesto cortés y hablando en excelente inglés,aunque con una entonación extraña:

- Bienvenido a mi casa.¡Entre con libertad y por su propia voluntad!

No hizo ningún movimiento para acercárseme,sino que permaneció inmóvil como una estatua,como si su gesto de bienvenida lo hubiese fijado en piedra.Sin embargo, en el instante en que traspuse el umbral de la puerta,dio un paso impulsivamente hacia adelante y,extendiendo la mano, sujetó la mía con una fuerza que me hizo retroceder,un efecto que no fue aminorado por el hecho de que parecía fría como el hielo; de que parecía más la mano de un muerto que de un hombre vivo. Dijo otra vez:

- Bienvenido a mi casa.Venga libremente,váyase a salvo,y deje algo de la alegría que trae consigo.

La fuerza del apretón de mano era tan parecida a la que yo había notado en el cochero,cuyo rostro no había podido ver, que por un momento dudé si no se trataba de la misma persona a quien le estaba hablando; así es que para asegurarme,le pregunté:

- ¿El conde Drácula?

Se inclinó cortésmente al responderme.

- Yo soy Drácula; y le doy mi bienvenida,señor Harker,en mi casa. Pase; el aire de la noche está frío, y seguramente usted necesita comer y descansar.

Mientras hablaba, puso la lámpara sobre un soporte en la pared,y saliendo,tomó mi equipaje; lo tomó antes de que yo pudiese evitarlo.Yo protesté,pero él insistió:

- No,señor; usted es mi huésped. Ya es tarde,y mis sirvientes no están a mano. Deje que yo mismo me preocupe por su comodidad.

Insistió en llevar mis cosas a lo largo del corredor y luego por unas grandes escaleras de caracol, y a través de otro largo corredor en cuyo piso de piedra nuestras pisadas resonaban fuertemente. Al final de él abrió de golpe una pesada puerta, y yo tuve el regocijo de ver un cuarto muy bien alumbrado en el cual estaba servida una mesa para la cena, y en cuya chimenea un gran fuego de leños, seguramente recién llevados, lanzaba destellantes llamas.

El conde se detuvo, puso mis maletas en el suelo,cerró la puerta y, cruzando el cuarto, abrió otra puerta que daba a un pequeño cuarto octogonal alumbrado con una simple lámpara,y que a primera vista no parecía tener ninguna ventana.Pasando a través de éste, abrió todavía otra puerta y me hizo señas para que pasara. Era una vista agradable, pues allí había un gran dormitorio muy bien alumbrado y calentado con el fuego de otro hogar,que también acababa de ser encendido, pues los leños de encima todavía estaban frescos y enviaban un hueco chisporroteo a través de la amplia chimenea. El propio conde dejó mi equipaje adentro y se retiró, diciendo antes de cerrar la puerta:

- Necesitará, después de su viaje,refrescarse un poco y arreglar sus cosas. Espero que encuentre todo lo que desee.Cuando termine venga al otro cuarto,donde encontrará su cena preparada.

La luz y el calor de la cortés bienvenida que me dispensó el conde parecieron disipar todas mis antiguas dudas y temores. Entonces, habiendo alcanzado nuevamente mi estado normal, descubrí que estaba medio muerto de hambre,así es que me arreglé lo más rápidamente posible y entré en la otra habitación.

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